lunes, 14 de octubre de 2013

Cosas infinitas... (Sin redundancia)



          Bajábamos por la calle de la Torrecilla del Leal despistados aquella tarde, lo normal, y hacía calor todavía. Cuando en un esquinazo, entre orín de perro y unas cuantas letras desperdigadas del alfabeto que se abanicaban, descubrimos tres peces que nadaban en el aire tórrido de la ciudad, como despistados también. Un poco más arriba, al subir la vista, cerca de la superficie: un rótulo, LA INFINITO. Supongo que lo infinito mucho tiene que ver con lo femenino. Nos gustó e imaginamos que a partir de ese momento todo, absolutamente todo, iba a ser infinito. Cosas.

        El jueves pasado (curioso que fuera jueves, ya que los jueves no existen), aparecimos con un carámbano bajo el brazo en un bar infinito, con mesas infinitas y una barra infinita, repleto de estanterías infinitas llenas de libros infinitos. La mirada de Paloma era infinita y hasta la barba de Antonio también era infinita.. Olía a teatro y a cuentos por escribir.

          Tras unas gruesas cortinas negras,descendimos por una escalera infinita que conducía a un teatro infinito en el que al fondo, entre ladrillos infinitos, se encontraba un escenario infinito de madera infinita secundado por focos de luces multicolores e infinitas que invitaban a construir un espectáculo infinito, entre un gato y un carámbano azul que en silencio observaban todo lo infinito.

          Luego todo se desfondó, entre un público de sueños infinitos, entre notas y palabras infinitas que sin pudor y con el mayor de los sentidos se retorcían y sobrevolaban ese espacio infinito, que de tanta infinitud se convirtió por un instante en la habitación donde nos cambiamos de ropa, donde nos cambiamos de miedos o nos cambiamos de sueños.



(J + S, octubre 2013)


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