jueves, 13 de junio de 2013

Un bombón, una luz... un arpegio.

Después fue cuando fuimos conscientes, sin querer, pero por fin fuimos conscientes de que ya nos habían explicado aquello acerca de que cuando se guardan cosas, siempre se deben guardar para alguien, no para uno mismo...

... esa fue la clave  por la que, por arte de una magia singular, comenzaron a surgir con precisión absoluta tantas cosas, tantas cosas entre gatos y notas musicales, tantas y tantas cosas, entre significados y significantes, entre sueños y poesías, entre lujos y lujurias... tantas cosas que fuimos guardando, que fuimos guardando solo para ti.

... primero apareció un bombón, luego una luz  y un arpegio, después se fueron desencadenado latidos, líquidos, caderas, misterios, sirenas y laderas. Cien mil fuegos, y refranes, sudaderas, neveras y escaleras. Un conejo, mi enredadera, tus olvidos, mil palabras, mis desvaríos, un marinero y un par de navíos…




y ya no pudimos hacer nada por evitarlo, esa cadencia innata que con fuerza de volcán activo nos remitía a su cauce y nos peinaba el cabello salvaje y las ideas inconexas y rabiosas que pugnaban entre ellas por asomar sus cabecitas incendiadas entre las grietas de la pared, arañando la cal y el musgo incipiente y el juego mudo de los espejos caleidoscópicos.


… y quedamos atrapados sin remisión entre cosquillas, algún oasis, una explosión, en aquel viejo león, en alguna deuda y en cierta ilusión. Atrapados sin remisión  en la luna llena, en la perdición, en un par de flautas, en la nieve, en tu sonrisa… y mucho calor...


(J + S, junio 2013)

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