NOCHE DE DIFUNTOS
Encontrábame yo la otra noche abstraído en
mis nobles quehaceres de pluma y espada, junto al fogón, en las cocinas de mi
hacienda cuando el sonido metálico de la aldaba resonó gélido, resquebrajando
las solidas paredes levantadas en su día por mis ancestros.
Extraño y dubitativo acudí a la llamada
abriendo el portón. De dicha manera un singular viento frío me traspaso el
rostro y hasta las mismas entrañas sin decoro alguno introduciéndose en mi
morada.
¡No hay nadie, pardiez! ¡Ni que los muertos
pasearan en noches como ésta de gris noviembre!
De regreso a las cocinas, dispuesto a
continuar en mis menesteres favoritos, petrificado quedé al descubrir tan
tétrico, lúgubre, lóbrego, sombrío, macabro espectáculo. Sentados en torno a la
mesa de robusto roble se encontraban el Comendador de Calatrava y sus secuaces
irradiando sus figuras una luz tornasolada
e inconfundible de difuntos.
Con cierto recelo pero con valor me planté
frente a ellos ufano.
¿A qué se debe tan agradable visita a esta
hora tan poco apropiada para ello?
Nos disponemos a saciar nuestro apetito.
Venimos encantados, motivados por su amable invitación, más contrariados nos
hallamos al no ver por ninguna parte mesa preparada ni guisos a medio hacer en
los pucheros. ¡Por todos los muertos del camposanto!, ni tan siquiera unas
jarras de vino fresco que alivien nuestras gargantas.
Sin demasiada convicción a continuar la
irreal conversación, puesto que a decir verdades comenzaba mi arrojo a flaquear
a tenor de esa voz que bien parecía salir desde el fondo del mismísimo averno.
Les insté:
Lamento señores decirles que la invitación
sigue en pié, sin embargo olvidé indicarles que la cena prevista iba a
retrasarse un tanto. Dicho sea de paso en este mismo momento se dirige sin
demora hacia aquí a lomos de una motocicleta de Telepizza.
Como si de un conjuro se tratase, visto y no
visto, como por arte de brujería, aquellos espectros, hijos del mal
desaparecieron de mi vista por siempre jamás sin dejar el más mínimo rastro, ni
huella de su siniestra presencia…
...Más tarde, sin demora y a deshoras, dicho personaje,partió
veloz y sin inquina hacia La Inquilina, presto de su pluma, capa y espada hacia
los manjares que Maese Miguel, en el borde sus
cocinas, tendría preparado o estaba preparando solo para él.
(Fragmento o preámbulo para la preparación de un delicioso Carámbano en el Bar La Inquilina, calle Ave María, 39 de Madrid, hacia la Noche de Difuntos, para tanta gente presente que disfrutar y por venir.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario